Mejor que nos demos un tiempo

Estoy segura que alguna vez os habréis visto en esta situación. Ya sea desde un lado de la montaña o desde el otro. Sin embargo, es importante clarificar bien las características de esto. Es decir, establecer bien las reglas.
Proponer un tiempo, o tener dudas, es un derecho claro. Sin embargo, no debo “marear” a la otra persona ni mostrarme ambivalente o adoptar conductas contradictorias que puedan confundir al otro. Porque de ser así, no estaré actuando desde la asertividad ni la madurez, si no desde la manipulación y el egoísmo.
Este tipo de patrón, esta conducta de puerta giratoria, va a desestabilizar por completo a la otra parte, quien posiblemente se mantenga arraigadx a la esperanza, al refuerzo intermitente que recibe, a la dependencia, esperando que “la otra persona se aclare o cambie para que todo se solucione”.
Aceptar un tiempo, conlleva que yo también tengo derechos. Tengo el derecho a darme ese tiempo también, revisando qué quiero y que no.
Además, debo y tengo el derecho a establecer límites respecto a cuánto estoy dispuestx a esperar. Una puerta medio abierta o en constante movimiento genera inestabilidad, confusión, incertidumbre y sufrimiento. Y es responsabilidad mía, solo mía, qué hacer con eso.
Y voy más allá. Si este patrón es habitual, si recibo estas peticiones de manera reiterada, es importante que analice la dinámica de mi relación y me pregunte: ¿merezco que me quiera a medias?, ¿quiero estar con una persona que tiene constantemente dudas de mí?, ¿merezco ser la duda de alguien?, ¿qué es lo que yo quiero?
Que el tiempo lo pida la otra persona, no me quita poder de decisión. Al contrario, me ofrece una oportunidad de valorar la situación y valorarme.
El tiempo no exige estar esperando sin más, se debe tomar una responsabilidad real por cada una de las partes, desde el respeto, el autocuidado y la sinceridad.
Artículo escrito por Andrea, psicóloga sanitaria del equipo especializada en dependencia emocional.